La felicidad está hecha de pequeños momentos
(una estampa de nuestra lactancia en tándem)
Hay días en que todo parece derrumbarse. La casa se cae de desorden, platos sucios y ropa fuera de lugar. Mi cerebro se siente como un flan y el cuerpo pide tregua. Días en que mis dos hijas me demandan como si fueran seis, día y noche.
Hoy es uno de esos días. El sistema educativo lo pone difícil. Tengo trabajo y no puedo sentarme a hacerlo, porque a veces (bueno, casi siempre) trabajar desde casa es simplemente demasiado trabajo. Me duele el cuerpo de tanto cargar a mi bebé, se me agota la paciencia y la energía con cada nuevo pedido de mi hija mayor.
Me habla y a veces no sé qué le contesto, o si le contesto. Si cierro los ojos, ¿me duermo o me desmayo?
Pero cada tanto hay momentos mágicos, que construyen la felicidad, compensando cada contratiempo.
Este es uno de ellos…
Se miran, se tocan, se conocen, se ríen y se tiran de los pelos. Comparten este cuerpo que alguna vez supo ser, y en cierta medida aún es, su casa.
¿Cómo no ser feliz? Que explote todo a mi alrededor…