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El fin de la lactancia y la eternidad del pecho

Esta es una bellísima y tierna historia, que muy generosamente me ha sido regalada para compartir. Hoy, y muchos otros días, la leo una y otra vez cuando necesito fuerzas e inspiración para, muy de a poquito, ir cerrando este capítulo en mi propia historia. Porque la teta puede tener un final, pero el refugio en el pecho de mamá es eterno.

 

 

 

“Hace tiempo que quiero contar un poco cómo fue mi “fin de lactancia”, no le digo destete, porque eso implicaría que ya no haya contacto con la teta, y eso  aún no ha sucedido. Mi enano venía de noches largas y con mucha succión. A los casi dos años, uno espera que sean menos succiones y menos despertares. Bueno, en mi caso no fue así y me di cuenta (una vez más) que con la maternidad no hay que esperar cosas, porque las expectativas generalmente atentan contra nuestra predisposición a aceptar las cosas de la manera en la que se vayan dando. Y así, aprendí a no esperar que duerma de un tirón, a que duerma la siesta cuando yo no dormí bien la noche anterior, a que coma todo lo que le sirvo en el plato a la hora que se lo sirvo. Dejé de esperar muchas cosas y comencé a vivir más tranquila y más comprensiva, aceptando todo en el momento en el que se daba.

 

Una noche, después de varias noches de cansancio, decidimos que íbamos, de a poco y de manera progresiva, a reducir las tomas, ya que no estaba descansando bien. El problema no era la falta de descanso, el problema era que mi cansancio al día siguiente me ponía irritable y no quería eso para mi vida diaria y, mucho menos, para la de mi enano. Desde ese día, comenzamos a hablar sobre la teta. Yo le explicaba que las mamás algunas veces se cansan, que la teta es parte de mi cuerpo (aunque aún él no me lo cree del todo), que yo necesitaba que todo mi cuerpo descanse así al día siguiente lograba estar más contenta y descansada. Fundamentalmente, le expliqué todos los días, durante cuatro meses, que el amor que yo sentía por él era eterno. Le hablé de la eternidad, le hablé de la eternidad en todo lo que recibió él durante 25 meses saliendo de mi pecho, le hablé de la eternidad de los sentimientos, le conté que él nunca iba a tener que esforzarse para que yo sintiera lo que siento y sentiré siempre, y que toda esa eternidad también se la podía dar en juegos, en mimos, en cosquillas, en compartir camas, miedos, risas. Le conté que del mismo pecho del que salió mi amor para él, saldrá el amor para sus hermanos, y que ojalá que siempre mi amor se pueda manifestar en los primeros años con algo tan tangible, tan puro, tan blanco como la leche de mi teta. 


Después de cuatro meses de cuentos y de eternidad, de más descanso, de más mimos, de menos tomas, de más abrazos, de menos teta y más juegos, una tarde fue la última succión.
Juntos nos despedimos de esta etapa, con alegría de saber que seguíamos unidos por otros lazos y con la congoja de saber que se terminaba lo más puro que experimenté en mi vida. Comencé diciendo que no fue un destete porque al día de hoy (después de seis meses sin tomar teta) mi pecho sigue siendo su refugio, su calma, su manera de saber y corroborar que sigo ahí, que no me voy a ir, que la eternidad de la que le hablé no es una mentira. 


Hoy, orgullosamente, puedo decir que mi enano es feliz, es sano, y tiene, desde el minuto cero, la capacidad de entender y, sobre todo, de comprender todo lo que se siente y se dice. Pasamos dos años y un mes de una lactancia hermosa, feliz, sanadora (de cuerpo y alma para mí). Sueño con volver a hacerlo y volver a experimentar la sensación hermosa de sentir que nuestro cuerpo tiene prolongaciones para siempre. 


Quiero agradecer a mis dos pilares fundamentales en esto, a mi hermana del alma y a mi amiga ancestral que, aunque todavía no sabemos cómo, quizás en otra vida mamamos del mismo pecho.”

 

 

 

Gracias, amiga.

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