top of page

Nuestra historia de lactancia

      Tanto mi marido como yo fuimos alimentados en gran parte con leche de fórmula, muy probablemente debido a uno o varios de los siguientes factores: desinformación de nuestras madres, desinformación de los pediatras de aquel entonces, falta de confianza en la capacidad de amamantar, auge de las fórmulas de leche infantil, falta de apoyo, decisiones personales, etc. No han sido malas experiencias para nosotros, tenemos buena salud, tuvimos y tenemos una excelente y afectuosa relación con nuestras madres, y  para nada las consideramos malas madres por habernos criado a mamadera. Nos han dado mucho amor, y nos han alimentado convencidas de que hacían lo mejor para nosotros - incluso a pesar de haber tenido que resignar sus deseos - y eso es lo que finalmente más importa. Sólo cuento esto a modo de breve introducción y para compartir apenas un poco de mi información de origen con respecto a la lactancia materna.

 

      Yo siempre quise dar de mamar. Desde antes de quedar embarazada, incluso antes de formar una pareja. Siempre fue mi sueño, yo estaba dispuesta a cumplirlo, y aunque sabía que iba a implicar algo de esfuerzo, nunca pensé que fuera tanto. A pesar de mi intención, perdí el foco cuando llegó mi embarazo, y terminé por pensar que con la charla sobre lactancia en el curso preparto iba a ser suficiente. Yo nunca había tenido la posibilidad de observar alguna mamá dar el pecho, no había buscado información en Internet y tampoco sabía de la existencia de grupos de apoyo a la lactancia. Creí, un poco ingenuamente, que si era algo tan natural, el instinto haría que fuera fácil. No tenía idea de que podría haber desconexión de la naturaleza instintiva y otros obstáculos.

      Tuve un embarazo hermoso y saludable. Mi hija decidió salir al mundo a las 38 semanas, parto normal con peridural, con un peso de 2.970kg y como estaba al límite de los 3kg, de pronto todo giraba alrededor de su aumento de peso. Si bien todo salió muy bien y en menos de una hora ya había parido a mi bebé, para mí fue levemente traumático, ya que no podía respirar por una terrible congestión nasal y me desvanecí dos veces momentáneamente mientras pujaba, maniobra de Kristeller y consecuente episiotomía. Mi bebé necesitó unos momentos de oxígeno pero por suerte, apenas media hora después de nacida, mi hija ya estaba prendida al pecho. A pesar de que todo parecía ir bien, mi bebé lloraba mucho y yo no estaba segura de que se prendiera bien al pecho. Las enfermeras de neonatología, si bien tenían buena intención, claramente no tenían capacitación en lactancia y no hicieron más que acomodarme con almohadas y echarle una gotita de leche de fórmula en mi pezón, al momento en que mi bebé se prendía. Cuando nos fuimos de la clínica, mi bebé había perdido 200g – siendo esto normal, según me enteré más tarde –  pero seguíamos sin saber si efectivamente se enganchaba bien al pecho o había algún obstáculo que superar. Nos retiramos con la indicación de la médica neonatóloga de alimentarla con leche de fórmula. Hasta mucho tiempo después no volvimos a leer esta indicación, pero cuando la vimos, el papel decía 30cc de leche de fórmula cada tres horas. Una recomendación verdaderamente “asesina de lactancia”, como aprendimos más tarde… Algo en el destino hizo que no la leyéramos y esperáramos directamente la consulta con otro médico.

 

      Una vez en casa, la dificultad y las miles de dudas sobre la lactancia no fue lo único que nos preocupó, nuestra hija tenía un leve soplo en el corazón, por lo cual teníamos que hacer revisión cardiológica y no sabíamos qué nos iban a decir. La médica del sanatorio nos había adelantado que seguramente era algo que evolucionaría bien con el tiempo. Hasta el día de la revisión que fue cinco días después del parto, en que nos dijeron que no era nada para preocuparse sino simplemente para controlar, no me bajó la leche. Tres días más tarde, en la consulta con el pediatra, nuestra bebé había bajado hasta los 2.500kg desde la salida de la clínica, pero el médico nos sugirió que continuáramos con lactancia materna exclusiva unos 15 días más, para ver cómo progresaba.

 

      Así lo hicimos, pero los problemas continuaban… Me dolían mucho los puntos de la episiotomía y me costaba encontrar una posición en cualquier lado que fuera cómoda para amamantar. Me había bajado la leche y me dolían los pechos, que se me endurecían varias veces al día, incluso un rato después de que mi bebé mamaba. Debido a todo esto y tal vez debido a más cosas, mi bebé no lograba una buena prendida, mamaba poco, se dormía al pecho constantemente, y como consecuencia mis pezones estaban agrietados y doloridos. Me bajaba la presión cada vez que amamantaba, por el dolor, y me sentía agotada física y mentalmente. Mi bebé lloraba, yo lloraba… creo que hasta mi marido lloró alguna vez. La situación se nos había vuelto muy estresante y frustrante.

 

      Fue más frustrante aún cuando en la segunda visita al pediatra, cuando mi bebé ya tenía un mes de edad, había aumentado apenas unos gramos y finalmente nos mandó complementar con leche de fórmula, dos veces al día, con 90cc cada mamadera. Recuerdo mi tristeza y mi decepción al salir de la consulta, cuando creíamos que lo estábamos haciendo mejor… Recuerdo que mi marido me preguntó si de verdad quería seguir intentando con la teta, y que cuando le respondí que sí, que eso era lo que más quería, él me contestó que contaba con todo su apoyo. De todas formas, y de esto me doy cuenta ahora que ya pasó, el hecho de incluir dos mamaderas diarias nos permitió relajarnos en cuanto al aumento de peso, olvidarnos de la balanza y poner el foco en mejorar la lactancia, en aprender sobre el tema y descubrir qué era lo que había que cambiar. Sí, considero que podríamos haber cambiado la mentalidad sin necesidad de “tranquilizarnos” con complementos de fórmula, pero cada quien tiene su camino por recorrer y, bueno o malo, éste fue el nuestro. 

      En las sucesivas visitas al pediatra, mi miedo a la balanza fue disminuyendo (no exagero si digo que me bajaba la presión en cada visita, antes de pesar a mi bebé) y en casa, mientras mi hija dormía en mis brazos, yo me devoraba el libro de Carlos González, “Un regalo para toda la vida”. Con los consejos que leí en ese libro, más la información que fui buscando en Internet, pasé casi dos meses con mi hija prendida al pecho día y noche, mientras aprendía más y más. Casi sin querer, casi instintivamente, logré así que mi producción de leche aumentara mientras mi bebé aprendía a succionar mejor… Al fin las cosas se iban acomodando, ¡lo estábamos logrando!

 

      A medida que crecía mi confianza en mi propio cuerpo y en la habilidad de mi bebé para alimentarse de mí, notaba que ella ya no terminaba alguna de sus mamaderas diarias, pero en los controles de peso con el médico iba aumentando genial. Fue así que un día me decidí a no darle más la mamadera de la mañana… Creo la primera vez que lo hice no me animé a decirle ni siquiera a mi marido (ni hablar de decírselo al pediatra), aún estaba llena de dudas y no sabía cómo lo iba a tomar. Pero cuando vi que sin uno de los suplementos seguía aumentando de peso normalmente, me entusiasmé y me animé a quitar la otra mamadera. Y al final, aunque apenas unos días después comenzamos con la alimentación complementaria, logramos la lactancia exclusiva.

      Hoy, a casi dos años de su nacimiento, seguimos con la lactancia, a demanda y sin horarios, para dormir, para confortar, para consolar, a través de enfermedades, con todos sus dientes y muelas… Las dos disfrutamos seguir así. Espero con muchas dudas el momento del destete, pero con la seguridad de que será hecho con amor, con respeto y sin forzar nada, tal como llevamos las otras áreas de la crianza.

 

      Puede sonar un poco tonto, pero creo que no he sentido más orgullo por un logro en mi vida como lo he sentido cuando dejamos los complementos de leche de fórmula. No por el logro de mi cuerpo (del cual no poseo más mérito que haber nacido así, normal) sino por haber sido lo suficientemente curiosa como para investigar e informarme, por haber hecho oídos sordos a tantas opiniones no solicitadas que recibí, por haber sido valiente y superar mis miedos, por no haber sido cómoda y conformista de descansarme en el hecho de que si le daba fórmula mi hija iba a estar alimentada igual. Yo quise no dejar a un lado mis deseos de darle la teta a mi hija, de que fuera mi leche su alimento, de pasarle mis anticuerpos y mi historia… Me costó lágrimas, sueño, frustraciones, pezones lastimados, reconocer dificultades, sacar voluntad de donde no la tenía, irritaciones oculares de tanto leer en la pantalla de la computadora… Pero yo lo intenté, y yo lo logré. No lo he logrado sola, tuve el inmenso apoyo de mi marido, quien al día de hoy sabe de lactancia casi tanto como yo, y también he contado con el apoyo de mi familia y amistades más cercanas. Este caminito con algunas piedras que tuve que recorrer, día por día, fue lo que me llevó a apasionarme por la lactancia e interesarme por su difusión y por alentar a otras madres a que lo intenten. Nadie dijo que fuera fácil (al menos no para todas por igual)… Se requiere contar con la voluntad, la paciencia y la constancia, y rodearse del apoyo necesario tanto a nivel familiar como externo. ¡Se se puede! ¡Ánimo!

bottom of page