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¿Teta para todos y todas? - Por Las Casildas

Desde hace más de 20 años, del 1 al 7 de agosto se celebra a nivel mundial la Semana de la Lactancia Materna. El objetivo es promover la importancia de la lactancia materna, reforzando este concepto bajo un lema diferente cada año. En esta oportunidad, el lema es “Apoyo a las madres que amamantan: ¡cercano, continuo y oportuno!”. Con estas palabras, se busca destacar la importancia que tienen las redes de apoyo (social, gubernamental, de salud, laboral y familiar) para la mujer que decide amamantar. Sin embargo, al leerla, nos surgen las siguientes preguntas: ¿hay un apoyo genuino para la mujer que decide amamantar, un apoyo real, que se haga cuerpo? ¿Existen acciones concretas, más allá de las campañas publicitarias, por parte del Estado, para fomentar la lactancia materna? ¿Cuál es el rol que juega el personal de salud al respecto? ¿Qué tipo de sostén social/familiar tiene la mujer que decide darle la teta a su cría? ¿Y las que deciden no hacerlo?

Cada vez que surge la pregunta sobre si todas las mujeres PUEDEN amamantar, la respuesta se relaciona con lo fisiológico y es afirmativa. Hay muy pocos casos, poquitísimos, en los que una mujer está impedida físicamente para amamantar. Pero si somos capaces de ver en la lactancia un acto que trasciende lo biológico y que tiene que ver también con lo personal, lo social y lo cultural, la cosa es un poco más amplia. ¿Todas las mujeres PUEDEN amamantar? En su gran mayoría. ¿Todas las mujeres QUIEREN amamantar? No. ¿Y qué pasa, entonces, con aquellas mujeres que no ven en la lactancia una opción posible? ¿Son “peores” madres que aquellas que sí lo hacen? Por
supuesto que no.

Para una mujer que acaba de parir, la lactancia debería ser una elección. Una elección surgida desde el deseo personal y desde el convencimiento de que la leche de sus tetas constituye el mejor y más adecuado alimento para su hijo/a. ¿Por qué? Sencillamente porque somos seres humanos/as y lo lógico sería que nos alimentemos con leche de nuestra propia especie, es decir, leche humana. De esta misma forma lo hacen todos los otros animales mamíferos, cada uno se alimenta de la leche que naturalmente, por su composición fisiológica, le provee su madre y que se adapta a su organismo.
Entonces: ¿es la leche materna el alimento adecuado para todos/as los/as bebés/as? Sin dudas. Pero, ¿es la mejor opción para todas las madres? Tal vez no.

Si pensamos que, más allá de ser mamíferas humanas, estamos atravesadas social y culturalmente y que, además, tenemos una historia personal que influye y/o nos condiciona a la hora de elegir dar la teta, podamos entender el porqué de tantas lactancias fallidas.

En el día a día, quienes trabajamos en la promoción de la lactancia materna nos encontramos con mujeres que, por diferentes motivos, “fracasan” en sus lactancias o no pueden mantenerlas. Algunas por falta de apoyo familiar o del personal de salud que las acompaña, otras por cuestiones que tienen que ver con sus jefes/as y la legislación cuando se reincorporan a sus tareas laborales.

Las políticas para conciliar la maternidad y el trabajo no existen. Licencias por nacimiento muy cortas (tanto para la mujer, como para el varón), falta de guarderías en los lugares de trabajo, falta de lactarios y/o espacios para amamantar y/o extraerse leche (tanto en los puestos de trabajos, como en los lugares públicos), una sola hora diaria por lactancia, jornadas laborales extensas, y la lista de obstáculos es interminable. Por un lado, el mensaje es “darle la teta a tu hijo/a es lo mejor”, “amamantá exclusivamente los seis primeros meses de vida” “continuá con la lactancia cuando te reincorporás al trabajo”, (todo esto en tono imperativo, por supuesto). Pero, por el otro, en lo concreto, las mujeres en nuestro país vuelven a trabajar a los 45 días después del parto, con lo cual eso de amamantar “exclusivamente” muchas veces se hace cuesta arriba.

Por lo general, la mujer que se reincorpora al trabajo pasa muchas horas fuera de su casa, con jornadas laborales de 8 horas, viajes de hasta una hora y media, y un único lugar para extraerse leche en el trabajo (con toda la suerte), que es el baño. Es difícil. Sin embargo, muchas mujeres lo hacen y siguen adelante, pero le ponen una gran cuota de esfuerzo y de voluntad, lo que prácticamente nunca es reconocido.

Si hay algo que nos queda claro, es que el mercado laboral está pensado y hecho por y para los varones que, casualmente, no se embarazan, ni paren, ni amamantan y, en muchos casos, tampoco crían a sus hijos/as. Todas estas presiones sobre la mujer puérpera terminan generando más y más culpas, porque muchas veces no se puede con todo. Y es lógico.

También nos encontramos con muchas mujeres para las que la lactancia (sobre todo si es exclusiva) significa un nivel de demanda física y emocional difícil de sostener. Algunas otras no pueden encontrar “placer” en dar la teta, o simplemente amamantan por presiones del entorno.

A esas mujeres, generalmente, la tarea se les vuelve el doble de complicada. Se sienten juzgadas, ya sea por otras mujeres madres o por quienes trabajamos en salud. Entonces nos preguntamos, otra vez, ¿desde qué lugar otra madre puede sentir que es “mejor” por hacer tal o cual cosa por su hijo/a? ¿Quién define qué es “mejor” o “peor” en cuestiones de
maternidad?

Es en este punto donde nos vemos obligadas a detenernos y a hacer un mea culpa como agentes de salud. Día tras día nos encontramos con pediatras o puericultoras (¡y también con bibliografía especializada!) que se cansan de boicotear lactancias o que la imponen de una manera imperativa, no pudiendo ver que la teta es mucho más, que implica mucho más que simplemente una manera de alimentar a un/a niño/a. Se llena de culpas a una mujer que decide no amamantar (poniendo también la etiqueta de “mala madre” o acusándola de no poder o no querer vincularse con su hijo/a), pero también, a aquella que sí quiere hacerlo, se la boicotea constantemente.

Ni hablar del mensaje de las millonarias campañas pro-lactancia que promueven diferentes organismos y hasta el propio Estado, que en general ponen el foco en que la responsabilidad de dar la teta es de la madre (con lo cual lo “bueno” o lo “malo” con respecto a su hijo/a depende sólo de ella). Sin embargo, a la hora de llevar adelante políticas concretas que faciliten esta elección, el Estado brilla por su ausencia y la mujer queda librada, la mayoría de las veces, a la buena predisposición (o no) de sus empleadores/as y al continuo ser ignoradas por parte del resto de la sociedad.

Por supuesto creemos que son importantes y necesarias todas aquellas acciones que tiendan a promover la lactancia materna, ya sea a través de campañas publicitarias, de concientización, informativas, etcétera, pero en la mayoría de los casos el metamensaje que subyace es tremendamente culpabilizante y acusador, y con él muchas mujeres pueden sentirse juzgadas.

Retomando la cuestión de elegir o no la lactancia, e insistiendo en el punto de no culpabilizar a la madre que por cuestiones personales decide no hacerlo, nos parece fundamental que quienes acompañamos estos momentos podamos tener una mirada más amplia sobre el tema. Respetar la DIVERSIDAD, tener en cuenta la individualidad de cada mujer, de cada díada, de cada familia y, al mismo tiempo, trabajar en la promoción de la lactancia materna desde un lugar más abarcativo e integral, rescatando a la maternidad como un valor social que exige el compromiso de todos los actores de la sociedad: varones, mujeres y Estado. Para que las mujeres sigan eligiendo amamantar es necesario que no se sientan solas y que esa decisión esté respaldada por un apoyo concreto y real por parte de su pareja, familia, profesionales de la salud y el Estado en todos sus niveles.

¿Todas las mujeres PUEDEN amamantar? La mayoría. ¿Todas las mujeres ELIGEN amamantar? No todas.

Apoyemos a las mujeres que eligen la lactancia, porque lo necesitan. Muchas veces no es fácil. Muchas veces duele. Muchas veces el entorno no lo facilita.

Brindemos información certera y oportuna, derribemos los mitos, alentemos aunque sea un poquito menos la feroz propaganda de las fórmulas infantiles con su mensaje de niños/as rubios/as, bonitos/as, regordetes e inteligentes. Propaguemos un mensaje libre de juicios y culpas. Y apoyemos también a todas aquellas mujeres que deciden no hacerlo, porque también lo necesitan. También son madres. Y son madres que tienen brazos, caricias y miradas para sostener a sus hijos/as. Apoyémoslas porque es su decisión y la lactancia, en definitiva, debería ser eso: una elección capaz de reafirmarse día a día y no un mandato. De esos ya tenemos muchos y demasiado nos está costando poder dejarlos a un lado.

Dar o no la teta es, quizás, una de las manijas de la gran mochila con la que cargamos las mujeres madres. Lo importante, lo genuino, lo revelador, lo revolucionario es que cada persona que elija traer a un/a niño/a al mundo construya su propia manera de criarlo/a, de ma(pa)ternarlo/a.

La libertad en la crianza es lo que generará, inevitablemente, niños y niñas libres.

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